viernes, 24 de noviembre de 2017

SOPLA


Ahí va flotando en una nube densa como puré. El viento la zarandea, se mueve, se agita, se estira, se calma, se forma, se espesa otra vez. No rompe, no abre, no llueve, ¿qué hace? Sostiene, soporta en su lomo aquello que ahí ves. No lo veo. Sí lo ves. No lo veo. Sopla y mira otra vez. Un soplo, dos soplos, tres. Se encoge, se expande, la nube se va a romper. Se aclara, se extiende, se vuelve transparente, se empieza a deshacer. Ahí está, ya se ve. Es rojo, se mueve, bombea, está vivo, ¿qué es? Algo que puse allí arriba casi sin querer. Entonces, si sigo soplando… Sopla, sopla fuerte, abre tus brazos y sujétalo bien al caer.

jueves, 2 de noviembre de 2017

TODO HABLA



Con el tiempo, llamémoslo el tiempo, las palabras empiezan a ser menos. Uno no sabe exactamente por qué, si es porque se fue quedando sin argumentos nuevos, porque los viejos ya están manidos, porque los sonidos pesan en vez de volar, porque es tanto lo que hay que decir que cuesta darle forma o si, sencillamente, se tienen menos ganas, o recursos, o a saber. Y no es algo malo y no es que se quiera evitar comunicación alguna, más bien al contrario, se pretende un entendimiento mudo, una complicidad silenciosa basada en todo aquello que no son palabras. Hartan las explicaciones reiteradas, las aclaraciones de lo que ya estaba claro, como también escuece seguir abriéndose el pecho cuando hace ya tanto que luce en canal.

Con el tiempo, llamémoslo así, uno ya sabe con quién quiere hablar sin hablar y no espera menos y tampoco quiere más. La boca para comer, para respirar, para morder y besar. Se desea ser oído con los ojos, con la contemplación productiva de quien quiere escuchar sin prisas, desde la madurez. La energía habla, el modo de mirar también, la postura en el sofá, la cantidad de comida que se pone en el plato, la camisa negra que se escoge por la mañana, el perfume que se usa para cenar acompañado o el agua de colonia para ir a trabajar. Los suspiros hablan, las miradas de reojo también, las sonrisas que se regalan sin ningún motivo, las lágrimas que asoman y no llegan a caer, el pisar acalorado por el pasillo, el modo de cerrar una puerta o el volumen al que se pone el televisor. El sueño profundo habla, las vueltas en la cama también, la barba mal arreglada, los cordones desatados, la ropa interior color crema, las persianas bajadas, los roces de manos, las risas hacia dentro o los botes de champú. La mesa llena de cosas habla, la silla vacía también, las pelusas rodando, el vaho en el espejo, la lista de la compra o el libro que se lee. Todo, todo habla. Es bonito y es feo, pero es bueno no hablar y hacerlo a la vez.

Con el tiempo, llamémoslo así, así tiene que ser.