lunes, 9 de diciembre de 2019

TRAMPANTOJO

Intento recordar situaciones pasadas que considero determinantes y en cierta manera condicionantes en mi modo de proceder en el presente. El problema es que me falla la memoria o que, simplemente, mi cabeza no registró aquellos eventos como suficientemente destacables y no los encuentra por más que los busca. Me pierdo muchas veces en una de esas mareas mnemotécnicas, es decir, zozobro intentando recordar cuándo fue la primera vez en mi vida que hice un favor a alguien, un favor de verdad, un esfuerzo que aun siendo mínimo beneficiase a otra persona. Me pregunto si esa primera vez alguien me lo agradeció o si mi empeño en contentar a otro finalmente surtió efecto. Imagino qué edad podría tener yo cuando decidí por vez primera ayudar a otra persona desinteresadamente, qué sentí al hacerlo y qué me llevó a procurarlo. Y no me acuerdo. 

Pienso en por qué regalamos favores a los demás, qué buscamos cuando los hacemos, qué queremos de nosotros, qué nos lleva a darnos chocazos muchas veces y a regodearnos por el mismo motivo otras. Pienso en si, verdaderamente y lejos de sentir otra cosa, aquella primera vez no sentí más que la victoria del falso generoso, la gordura del egoísta medio saciado, el orgullo del condecorado. Fantaseo con una versión de mí despojada de vanidad, volcada en hacer el bien sin esperar palmaditas. Y no me acuerdo.

¿Cuándo empieza uno a reincidir? ¿Cuál fue ese primer favor? ¿A quién? ¿Cuándo deja de doler la ingratitud, si es que existe y no la imaginamos?