jueves, 6 de agosto de 2020

LA MANO ABIERTA

Porque sonríen tranquilos después de cien sacudidas, las que viste, porque se destensaron sus ojos o sus palabras al teléfono, a la cara, a lo lejos, de la mano,  y sus voces, porque sus brazos no están cruzados y apretados en sus pechos, sino sueltos y holgazanes, abiertos inocentes y de forma primigenia.  Porque sus tonos y pretensiones no cursan ira ni atisbo de pataleta, ni prisa siquiera. Porque sus relatos, por absurdos y nimios, delatan la ilusión que albergan así sea para atarse unos zapatos como para traspasar sus legañas. Porque, de alguna manera, la que fuera, rompiste sus costras, no todas, antes están las tuyas que se resisten por siempre. Porque sus alivios, caducos o perennes, son tuyos antes de saberlo siquiera. Como a ti mismo. Aunque duela. Porque al faquir no le pincha, dicen, quienes no son faquires ni amigos o amantes o perlas.