lunes, 29 de abril de 2019

CALIENTES



Caen calientes y espesas y raras veces avisan. Más saladas que las otras, más pesadas y rígidas, formadas perfectamente, casi dibujadas, y punzantes. Se deslizan enteras sin romper su forma hasta las comisuras de los labios, hasta el cuello otras veces. Las lágrimas calientes son las únicas lágrimas vivas desde mucho y hasta siempre; no requieren aspavientos ni ademanes, nacen sin parto y jamás mueren, no desfiguran la cara porque no vienen de ella ni de los ojos, emanan directamente del alma. Qué ñoñería tan cruel cuando sabes que el alma existe. Brotan de ella así te tapes la boca, la muevas formando curva cual risa o frunzas la cara simulando enojo, o indiferencia, no vale; brotan, queman, arden, pesan gramo y medio cada una. Pasean por las mejillas, inexpresivas estas, calladas y zorras ellas. Te hacen llorar cuando no quieres ni debes, te hunden en ese pantano suyo donde desembocan, te arrastran a su mar salado y lacio desde allá donde te pillen. Las lágrimas calientes son escasas en la vida, pero la ocupan entera porque vienen para quedarse. Nadie más las ve, nadie más que tú las siente, no dejan ojos rojos, ni fatiga ni surco, jamás se comparten ni se enjugan. Las lágrimas calientes no se remedian ni se olvidan, se acogen, se prueban y se las traga uno. Gramo y medio. Por cada hueco, medio y uno por cada pérdida o cada pretérito inconcluso, uno y medio por cada vano intento y cada fracaso. Gramo y medio pesando un mundo caliente sobre una cara que tras ellas ha de volver a sonreír.