miércoles, 3 de octubre de 2018

(...) No era ni tarde ni temprano, sin embargo, tampoco era ahora. Los minutos pasando, como siempre, a veces marcaban sesenta segundos de los conocidos como los sesenta segundos de un minuto y a veces marcaban los sesenta segundos de los que se conocen por marcar la espera. La esperanza, en cambio, no entiende de minutos ni de nada, pero no se trataba de eso. La luz, como tantas veces, no era ni mucha ni poca, si acaso era un inciso, un recordatorio fugaz de la realidad que sin ser blanca tampoco era oscura. No era tarde porque no había planes, ni temprano porque el tiempo apremia incluso cuando únicamente se pretende dejarlo correr. Eso, eso era. Ese era el motor dominante en su devenir diario. Un momento, ¿sólo eso? ¿Cómo que sólo eso? Eso es mucho.  O tal vez no. Quizá ese hallazgo suponía el alivio definitivo; puede que en la comprensión, aparente, de aquel enigma inventado, adoptado, acogido y sufrido en mártir cronicidad hallase al fin un rescoldo de paz. Si no hay prisa ni tampoco pausa, si no hay destino ni retorno, si no hay nada de eso, ¿qué puede estar mal? (...)