martes, 20 de noviembre de 2018

TENDRÍA ES CONDICIONAL


Tendría que haberme dado cuenta por el modo en que me besabas. No sostenías mi nuca porque no tumbabas mi cuello al desparramarte en mi boca. Jamás te inclinabas porque, tal vez, habría supuesto aceptar que tenías un motivo para hacerlo. Lo habría notado al fijarme en el hueco vacío de mi cintura, sin una mano tuya ahí, agarrando lo que en realidad jamás ha tenido intención de salir huyendo. Pero no lo vi. No vi rara tu prisa por volver a tu postura, la de los brazos cruzados y la boca retraída, apretada, sumida en un mundo en el que jamás entré del todo salvo en aquellos momentos en los que ella y la mía se lanzaban a discreción aquello que junto a otras destrezas amatorias hasta ayer nos unía. No supe diferenciar mi latido invasor del tuyo que, ahora que lo pienso, dónde estaba, dónde está en este ahora infinito de ninguno. Tendría que haberme dado cuenta en la manera en que contestabas mis reclamos, ciegos y violentos como pájaros saliendo de un saco, como son los reclamos, esquivo y pausado, demasiado pausado, y en la forma en que te quedabas allí, perdido en mis cuestiones, ahogado en la espuma del oleaje que levantaban mis ganas.

miércoles, 3 de octubre de 2018

(...) No era ni tarde ni temprano, sin embargo, tampoco era ahora. Los minutos pasando, como siempre, a veces marcaban sesenta segundos de los conocidos como los sesenta segundos de un minuto y a veces marcaban los sesenta segundos de los que se conocen por marcar la espera. La esperanza, en cambio, no entiende de minutos ni de nada, pero no se trataba de eso. La luz, como tantas veces, no era ni mucha ni poca, si acaso era un inciso, un recordatorio fugaz de la realidad que sin ser blanca tampoco era oscura. No era tarde porque no había planes, ni temprano porque el tiempo apremia incluso cuando únicamente se pretende dejarlo correr. Eso, eso era. Ese era el motor dominante en su devenir diario. Un momento, ¿sólo eso? ¿Cómo que sólo eso? Eso es mucho.  O tal vez no. Quizá ese hallazgo suponía el alivio definitivo; puede que en la comprensión, aparente, de aquel enigma inventado, adoptado, acogido y sufrido en mártir cronicidad hallase al fin un rescoldo de paz. Si no hay prisa ni tampoco pausa, si no hay destino ni retorno, si no hay nada de eso, ¿qué puede estar mal? (...)

viernes, 31 de agosto de 2018

SENCILLO


La gente sencilla mira más que habla, clava los ojos y ve, oye sin tapujos y sabe escuchar; pregunta lo que necesita, sin vueltas, sin adornos. Sin respuesta sabe esperar.

La gente sencilla sonríe de dentro hacia afuera, o calla, incendiando el aire a su alrededor. Y llora, sabe llorar. La gente sencilla abraza y encaja; no sobra ni falta, es y está.

La gente sencilla comprende y no alardea, enseña y aprende y sabe guardar; no hace ruido, no rompe al pisar, ama más que odia, y pelea, pierde y sabe ganar.

La gente sencilla es agua de río que no tiene prisa por llegar al mar.

sábado, 25 de agosto de 2018

AGOSTO

Entonces ya me pasaba, ya tenía alojada en alguna parte entre el pecho y el estómago esa especie de pellizco que nunca más se ha ido; tampoco sé cuándo llegó, a qué responde o si siempre estuvo ahí. Ya no molesta. A mí me gustaba sentarme en el alféizar de la ventana casi tanto como me gusta pronunciar alféizar. Allí, encaramada como podía con cigarrillo en mano, solía adoptar una pose que siempre me ayuda a languidecer el espíritu y a la que debo mucho por cuanto me ha servido y me sirve para conducir sin desvíos mi carácter romántico catastrofista. Aún hoy me sorprendo muchas veces retorcida en esa misma postura.

Sonaba “El mar no cesa” una y otra vez, y los grillos allí abajo, el crepitar del cigarro y los suspiros a la nada. Fuera en la calle algunos pasos lacios como mi cometido en el mundo me acompañaban un rato en su regreso a alguna parte, seguramente, me gustaba pensar, con otras ventanas y alféizares, y eran idénticas la reconfortante sensación de oír las pisadas de alguien más y las ganas de que cesaran. Se iban al fin. Sonaba tenue la música y potente el mechero. Debo encontrar mi alma perdida que arrojé al mar, cantaba Bunbury. Una vez en la vida, una noche de agosto.

martes, 10 de julio de 2018

UNO MÁS UNO





Ha de ser firme, excluyente e inclusivo, que relegue al mundo y a la vez lo sostenga pendiendo de un hilo; ha de ser fuerte aun etéreo, que pese sobre los párpados, que desboque y apacigüe los latidos. Ha de estrechar sin ahogos, sin huecos ni vacíos; ha de acallar las palabras amontonadas en la garganta y ha de matar el ruido. Ha de ser denso, protector, ingrávido, deseado e incidido; ha de ser eterno mientras dura, terco, indefinido.

miércoles, 9 de mayo de 2018

COSTURAS


Siempre se extraviaba, daba igual cuánto empeño pusiera en no perderla de vista, al final, ya no estaba. Miraba a mi alrededor y sólo veía retales. Decenas de recortes de ropa, de trapos, de sábanas viejas; viscosa, viyela, algodón, cuadritos de vichy. Un remolino de colores y texturas que ordenaba y desordenaba hasta el hartazgo. Ahora en fila por tonos, ahora por tamaños; este, este me vale, el trocito floreado deshilachado en los bordes.

No recuerdo demasiada luz, pero no hacía falta más de la que había. Era amarilla, cálida, un pequeño sol acristalado que pendía del abismo del techo que nunca toqué por mucho que saltase con los brazos extendidos. Esos sí que eran techos. Y el suelo. Tan acogedor como traicionero era el mejor de los asientos y una cama de faquir. Cada losa levantada era una púa que dejaba marca en el culo, un culo del tamaño de un acerico.

Y seguía sin aparecer la aguja. Resoplido. La losa pinchando, ¿o será la aguja? No, no era. La bobina de hilo, siempre de hilvanar, podía llevarme hasta ella, bastaba con seguir la hebra previamente arrancada con un esfuerzo inhumano. Y cómo era esa hebra. Larga como aquellas tardes de bombillas peladas, infinita como la despreocupación que entonces reinaba en mi mundo, interminable como la vida. La de antes.

La hebra de Marimoco, casi siempre afectada por nudos, era el camino. Allí, debajo del aparador estaba mi aguja. De qué manera no daría yo las puntadas que hacía volar aquel estoque tres de cada cinco envites. La satisfacción de encontrarla hacía que momentáneamente olvidase la vergüenza de haberla perdido, otra vez. Aun así, de vuelta a la losa tambaleante y ya con aguja en mano, o en boca, se me escapaba una mirada intranquila y de soslayo hacia mi madre que, condescendiente desde su silla, lanzaba otra con el mismo disimulo hacia mi diminuta figura. No se ha dado cuenta, pensaba yo. Otra vez ha mandado a tomar viento la aguja, pensaba ella.

Bolsillos que no reposaban en ninguna parte, tirillas inservibles, vestiditos de muñecas que duraban tres puestas, bolsos de niña mayor, botones huérfanos de ojales, carreteras de hilvanes, autovías de pespuntes, hilos cosidos al pellejo. Minutos bordados a fuego, horas, días y eternidades cosidas con hierro, silencios tranquilos, mudos tequieros, costuras que atan, que viven, que matan.

Ahora, qué cosas, los dedales son de silicona. Y duele.

lunes, 12 de marzo de 2018

TERCA

Hoy la luna brilla detrás de las nubes, escondida y terca, hoy está obcecada por taparse la cara, refulgiendo a gritos sordos, espesa; hoy está radiante y sola mirándote mientras arde viendo cómo te alejas. Hoy está la luna tonta, rota en su parte entera, por eso usa cortinas para que nadie la vea, para que tú la imagines como inconsciente la piensas, alegre y bella.

viernes, 23 de febrero de 2018

CALÍGINE



Bruma pesada como plomo húmedo albergando un mundo, que no escondido, deja que el aire te atraviese y rompa tu presencia, no te resistas, maldita, deshazte en moléculas de agua, fluye y huye, desaparece, corre, fuera, no pretendas ser eterna ni un apéndice de este sitio. Aire endeble como falsa seda cortejando a un mundo, que no mal amado, haz por rugir y ábrete paso, no te demores, insensato, conviértete en siroco, sopla y resopla, manifiéstate, corre, entra, no consientas tu ausencia, pasa, traspasa, despeja.

miércoles, 31 de enero de 2018

DIME






No te escuches tanto. Eso, dicho así, sin contexto y sin nada puede pasar por una frase más de esas que nos regalan aquellos que nos quieren, otros que nos aprecian y algunos que nos conocen de vista. Porque escucharse mucho es caer en la preocupación, encontrar dolores inexistentes, emociones escondidas que están mejor así o pecar de autocompasivos, hipocondríacos y ególatras. Eso es lo que buenamente y sin maldad alguna depositan en nosotros los mentores de esta sentencia.

Luego pasa el tiempo, qué menos, y resulta que de tanto hacer caso a quienes te acompañan empiezas a escucharte a escondidas, casi atorándote, como chupando de un primer cigarro que te sabe a rayos sin que por ello renuncies a seguir aspirando. Te escuchas con cierta culpa, con la certeza absurda de ir a inventar lo que no hay, con la convicción impuesta de estar malgastando la vida en asuntos poco pragmáticos, frívolos, inútiles y avocados a la autodestrucción interior. Posteriormente exterior, por cierto.

Sigue pasando el tiempo, como siempre, y ya no te escuchas porque te agota hacerlo furtivamente, en la sombra mohosa de quien delinque contra uno mismo. Mejor así, te convences, esto no trae nada bueno. Insatisfacciones, rencores, placeres no convencionales, exigencias mundanas, alegrías extrañas y pretensiones ambiciosas que, por escucharte mucho cuando no debes porque no es sano, no puedes compartir con nadie. Desistes, no compensa.

Vuelve a pasar el tiempo, violentamente, y una jauría de voces aúlla desde muy adentro hasta rebosar por tus oídos. Ya está, ya vale. Que no te escuches tanto de qué. Escuchas primero ruido, una algarabía ininteligible que no parece ni tuya, qué jaleo, qué descoque. De uno en uno, por favor. Y de uno en uno y hasta de dos en dos vas al fin escuchando sin ninguna prisa ahora que el tiempo es, paradójicamente, escaso. 

sábado, 13 de enero de 2018

MAÑANA



Si mañana muero, como mueren los vivos que aún no han de partir, no seré yo quien te duela, no te dolerá mi ausencia, ni siquiera la presencia de mis restos en tus días, no sangrará tu pecho ante mi incierto destino. Si mañana muero, regresarás a la vida, a la mía que ya se habrá ido, volverás a mis risas, a mis ojos buscando los tuyos, a las veces que alargué la mano y me perdí por el camino, a mis preguntas lanzadas al vacío, a tus respuestas al fin, a mis lágrimas que eran puras, de dolor, de alegría, de miedo, de pretéritos y futuros, de amor y desvelo. Si mañana muero, abrirás presuroso la puerta a mis golpes, a mis nudillos firmes y gastados, ya lejos. Si mañana muero, le darás la vuelta a tus costuras, romperás los hilos que hoy te atan, coserás mis retales a tu cuerpo; y verás, verás nítida mi silueta como nunca, como siempre, bella y grácil, dulce y tierna, sembrada en partes por huellas, inexploradas otras todavía a la espera, y querrás hacerla tuya como si acaso no lo fuera. Si mañana muero, estarás más cerca, quizá huelas mi aliento que sabe a tu antigua boca, a la piel de tus labios que todavía conservo, ahora que es antes y es luego; si mañana muero, recitarás mil poemas entonando mi nombre, sordos, toscos aun siendo ciertos, te perderás en mi ombligo y arderás de deseo. Si muero mañana, tu amor será eterno, tu sonrisa cantará mi nombre que te sonará a la gloria donde me elevo. Pero habría de morir mañana y no quiero.

martes, 2 de enero de 2018

SALUDA

Nadie vivo ha visto a la muerte de cara, no presumamos. Por mucho que algunos juren y aseguren que han llegado a transitar por un túnel con luz al fondo o que han vuelto de las sombras empujados por una fuerza superior, en realidad, ninguno de nosotros que aún estamos aquí sabemos qué pinta tiene la muerte o cómo le huele el aliento. Sin embargo, cada día Ella se pasea entre nosotros y se regodea al hacerlo, es más, tiene sus lugares predilectos donde campar frescamente y pasa más tiempo con según qué mortales. Aun así, es decir, aun sintiendo su halo cerca, bastante cerca, podemos ser anfitrión o espectador y no por propia elección. Afortunadamente, supongo, hasta la fecha únicamente me ha tocado mirar y, sobre todo y más frecuentemente, echarme a un lado cuando viene a convivir con los viejos. Resulta que hay días que te cae bien, no te incomoda su silencio chillando sordamente, no te parece insolente ni desproporcionada, ni siquiera ves en ella al enemigo. Estoy hablando, repito, de cuando te toca mirar y no de hacerle la cama, ahí seguramente ya no sabría manejarme, o sí, a saber, nunca podré contarlo, me temo. Sin embargo, los observo a ellos mientras la Doña los visita y no aprecio miedo en sus ojos, ni sorpresa, tampoco se muestran débiles o contrariados; veo en sus caras la expresión inexpresiva de quien recibe al cobrador de seguros, que si bien nunca es acogido con una fiesta de globos y confetis tampoco se le cierra la puerta porque sabes que tiene que trabajar, saludar, cobrar y largarse.



Es posible que traigamos un código forjado a fuego en nuestro ADN que marca las pautas a seguir cuando Ella está cerca, un acuerdo implícito desde el principio de los tiempos que además de velar por el correcto funcionamiento de la vida, y paradójicamente la muerte, hace que no perdamos la calma. O no. A lo mejor es sólo resignación, apatía y cansancio. Sea lo que fuere, desde la barrera, se ve natural.