miércoles, 15 de junio de 2016

SI LA DICHA ES BUENA


La vanidad es como cualquier otra adicción. Comienza tenue y silenciosa a la vez que va proporcionando al espíritu esa sensación engañosa de bienestar y euforia típica entre los efectos de cualquier sustancia alteradora de las emociones verdaderas. Al principio, causa síntomas vertiginosos, de plenitud, superioridad, autocontrol, todo un cúmulo de estados placenteros que engrosan el ego hasta suspenderlo en un nirvana en el que, como un simple globo inflado de aire, necesita de soplidos y más soplidos para mantenerse flotando. Y es así como se apodera de uno, cada vez más y más soplidos no bastan porque el ego es ya tan gordo que ni cien mil globos en el éter serían capaces de sujetarlo.

Adictiva como es, la vanidad - si es que se tiene consciencia - desencadena en culpa y en posterior vacío cuando finalmente el globo no puede más y sucumbe. Primero llega el estruendo, el boom explosivo de tanta goma hinchada, luego el batacazo del pobre ego, obeso y dolorido por tan descomunal impacto, y después la vergüenza de verse caído e inútil en el suelo. Afortunadamente, suele ocurrir con las caídas vergonzosas que el desparramado rápidamente se iza para evitar las miradas burlonas, que ciertamente las habrá, con lo que tras sacudirse la ropa y mirar a los lados, el ego al fin será eso, un ego, ni flotante ni inflado, ni encima ni debajo del resto de su especie, un poco magullado por el incidente, pero feliz de no verse en la labor de depender de ráfagas huecas de aire que, como chutes de jaco, anden impulsándolo hacia alturas que no le corresponden.

Lo idílico es no engancharse, pero cuando un vanidoso cae, normalmente nace una gran persona.

viernes, 10 de junio de 2016

LA CARTA DE AJUSTE


Estábamos casi a media luz, invierno, sentados junto a la mesa camilla que en aquellos tiempos era el centro neurálgico del hogar, de hecho, no teníamos sofá ni lo echábamos de menos porque, entre otras cosas, aún no se estilaba en las casas, al menos en las casas humildes como la nuestra. Yo estaba terminando de hacer algo en un cuaderno de anillas, a ratos con la mano derecha y a ratos con la izquierda, seguramente unos deberes inventados, con esos años todavía no llevaba tarea a casa, pero a mí me gustaba escribir, garabatear y jugar a ser más responsable de lo que en realidad era, igual que ahora.

Mi padre, que estaba sentado tieso como un palo a mi lado, se levantó un poco para alargar el brazo y subir el volumen del televisor, y con ese poco tacto para decir ciertas cosas que le caracteriza me dijo: "A partir de mañana no ponen Banner y Flapi nunca más". Se me heló la sangre y una coz imaginaria me atravesó el estómago. Empecé, como siempre hago, con un amago de puchero, luego, como siempre también, intenté adaptar la realidad a un estado que no me lastimara tanto basándome para ello en el mínimo atisbo de esperanza real que podía ver en aquel momento. "Pero si acaba de empezar, mira, tú le has dado voz para que lo veamos", dije. "Sí, el de hoy, pero mañana ya no hay. Se acaba. Para siempre".

Lloré y lloré con el corazón encogido durante la media hora agónica que duró el capítulo. Todavía lo recuerdo y me angustio. Ya no pensaba en lo que estaba viendo, ni en sus caritas felices y sus saltitos graciosos, ya sólo pensaba en mañana, en mi pena y mi desconsuelo de no verlos mañana, en lo irreparable de aquello.

Curiosamente de aquel "mañana" no recuerdo nada. Sin embargo, a lo mejor es por aquel mal rato por lo que me gustan tan poco las personas que con sus sentencias pesimistas de futuro hacen de menos al presente, esas personas que dan más importancia a las preocupaciones supuestas y agoreras que serán, o tal vez no, antes que a disfrutar los pequeños gestos del aquí y el ahora, esas que se empeñan en enturbiar el momento con sus lamentos y su proceder de visionarios nefastos. A lo mejor por eso y porque supe customizar aquella experiencia es por lo que siempre encuentro un resquicio de luz entre la mierda que otros arrojan queriendo o sin querer, aunque eso da igual. Mañana ni mañana, ¿qué es mañana, qué poder tiene para reventar un hoy?.

martes, 31 de mayo de 2016

ESCORZO



Es bella la perspectiva de quien observa en escorzo. Bella porque es compacta la naturaleza que traspasa las retinas, bella porque son formas que sin alejarse de sus arquetipos se antojan caprichosas y distintas, diferentes a lo vulgar y a lo acostumbrado al ojo. Mas la distorsión es eso, irrealidad bella o fantasmagórica, esperpéntica o idílica, armoniosa o caótica. No es ángulo sensato ni postura cómoda, como no es lumbre la visión del fuego fatuo.

martes, 24 de mayo de 2016

CENIZAS



Tengo un cenicero que no he fregado nunca. En cambio, me resulta útil porque sólo con vaciarlo vuelve a estar receptivo a nuevas colillas. He sido tentada mil veces por mi propio sentido común a impregnar de lavavajillas un estropajo con salva-uñas (ahora que ya me cuido las manos) y darle un restregón, pero no, no sería mi cenicero así tan limpio. El mío es tosco, descuidado, impaciente, marrón grisáceo, asqueroso y con olor a añejo.

De parecida manera, he aprendido a querer a esas personas que, como ceniceros sumisos, no saben ni quieren ni pueden vaciarse. Esas pesonas que conservan su aroma raro de siempre, que quieren más y más cada vez y que no entregan su detrito, ésas que no saben verterse ni aun cuando están rebosando y que siempre esperan la mano de un subalterno, de uno que sepa tocar la basura, de otros que con guantes invisibles hurguen en sus entrañas para finalmente vaciarlos de una nada que en las vísceras de otro bien podría ser un todo.

Si mañana despertara y mi cenicero no estuviera ahí, lo echaría de menos. Tendría que coger una cuartilla - preferiblemente en blanco - y formar con ella un cartucho acaracolado que recogiera mis cenizas. Con las personas cenicero es bien distinto, vacío y vacío para hacer más dulce la friega, si es que llegara. Sin embargo, como mi cenicero, ya nunca quedarán relucientes. Eso sí, si no acometiera esos pequeños vaciados, a ellas les rasparía más aunque a mí me doliera menos.

martes, 29 de marzo de 2016

LA NOCHE DE LOS MUEBLES CRUJIENTES



De nuevo llegó la noche silenciosa y contundente y, tras hacerse la remolona jugueteando con las páginas de la última lectura, lo envolvió todo con su negrura y su majestuoso vacío sonoro. Como si escondida en su tarima cómica diera las pautas a los integrantes de su compañía teatral, exhaló su aliento frío simulando el chasquido de la claqueta para que al tiempo comenzara la escena. Fueron apareciendo todos. Los pies, casi gemelos, ocuparon su sitio haciéndose hueco en el calor de la ropa, les seguían las piernas que se retorcían intentando acomodarse de acuerdo con el tronco y los brazos que parecían por momentos tres o cuatro en lugar de dos; la cabeza, rendida y sin fuerzas ya para hacer de batuta, entraba como podía en una simbiosis espesa con la almohada que se hendía sin remedio ante el afán de un cráneo impaciente por abrirse paso en la nada del descanso.

Cuando el ritual se hubiese completado las entrañas así lo sabrían, puesto que eran ellas las que daban por concluido el preámbulo y avisaban que el aplauso estaba próximo y con él la caída del telón que daba paso al sueño.

Y en medio del aspecto desértico y aun así desordenado de las bambalinas que reposan hasta nuevo uso, todo quedaba en calma. Por fin. Hasta que como gatos abandonados que empiezan a recobrar fuerzas comenzaba a chirriar la madera a intervalos previsibles y no menos espeluznantes. Con cada crujir de la cómoda una idea aún no dormida saltaba en la cama, en cada punzada de la silla un propósito no cumplido se incorporaba para colocarse las sábanas, cuando maullaba la mesita un deseo no alcanzado descolocaba la almohada... 

miércoles, 23 de marzo de 2016

QUE ASÍ SEA, QUE ASÍ SOY

Como si nunca se le fuera a ir la vida, como si la absorbiera, atemporal, en cada grado de su giro. Es por eso que el girasol parece altanero, y hasta arrogante, porque estando en manada está solo, únicamente mirando hacia arriba, buscando la luz, persiguiéndola obcecado y antojándose más amarillo que el propio astro aun siendo opaca su naturaleza, y fugaz, y efímera, y solitaria.

Y así muere, lento pero rápido, amarillo pero apagado, colmado de pipas pero hueco, fuerte pero solo. Mas si entonces pudiera hablar, que puede, majestuoso diría: que así sea, que así soy, que así muero, pero quita, aparta, que el sol me tapas...


jueves, 25 de febrero de 2016

COMO SI NADA


Hubo un tiempo no muy extenso en el que tuve cuatro macetitas con sus correspondientes plantas regentando la ventana de la habitación donde duermo y a veces vivo. Aún no sé qué fue mal. De pronto (por decirlo de alguna manera, porque no creo en los "de pronto", más bien pienso que de pronto vemos las cosas, pero no de pronto se forjan), todas a la vez se empezaron a secar. Así.

"Joder, qué mierda", me dije, porque sí, porque mi voz interior suelta aún más tacos que mi voz social. "Si os he regado y todo lo demás, ¿qué mierda os ha pasado? ¿os ha secado el sol las putas ganas de vivir? ¿tanto ha llovido?"... Y me enfadé. Hasta tal punto me enfadé que ya no tuve ganas de hablarles más ni de retirar sus restos siquiera, así es que ahí se quedaron las cuatro, quiero decir los cuatro féretros, los cuatro tiestos con las plantas moribundas, o a saber si agonizantes, adornando mis barrotes.

Igual el haberlas dejado ahí fue un acto involuntario o reflejo, o involuntario y reflejo, consecuencia de mis más profundos deseos de pasar olímpicamente de todo. El caso es que se quedaron ahí. Pasaron días, semanas e irremediablemente meses y, vaya, otro "de pronto": de pronto en uno de los tiestos empezó a crecer algo verde, muy muy verde. Yo de botánica, como de muchas cosas, no sé un pimiento, a pesar de que puedo enlazar pimiento y botánica en la misma frase, pero la realidad es que me gustaban el tono, la viveza y la forma de las hojillas tímidas pero descaradas que brotaban como si nada (y además de verdad, porque fue gracias a mi "como si nada" como brotaron).

Luego ya, las que fueron una maceta de margaritas, otra de "mala madre" y otra de violeta africana miraban con sus ojos muertos a la intrusa que había hecho suya la tierra de un ya difunto geranio. Yo, por mi parte, miro con asombro a la usurpadora de sustrato que ahora luce unas cosas verdes y tiesas que a mí, sin saber exactamente por qué, me maravillan. Posiblemente despiertan mi lado planta.

jueves, 18 de febrero de 2016

ESTAR


Estar. Eso es lo más importante al final, seguir estando, permanecer, perdurar y no dejar el hueco, tu hueco, el hueco de cada uno. Por eso peleamos, por eso abrimos los ojos cada día, por eso pensamos con preocupación en el mañana que siempre es el hoy una y otra vez, sólo por eso en realidad. Con tintes, con especias, con condimentos en forma de familia, de hijos, de pareja, de padres, de trabajo, de aficiones, de altruismo incluso, y hasta de vacío ponzoñoso. Pero no queremos dejar de estar, es supervivencia pura y dura, instinto; y no es malo ni bueno, es lo que es. Es ese egoísmo intrínseco en el ser humano lo que mueve el mundo, aparte del amor que dicen o del dinero, es más sencillo, es estar y aferrarse al hueco, al de uno, con las uñas, con los dientes, los buenos condimentando su proceso con cosas buenas y los malos, haciendo lo propio a su manera. Estar porque es lo que sabemos hacer y lo que nuestra consciencia alcanza a concebir. Estar.

martes, 12 de enero de 2016

BREA



Yo he visto la decadencia del hombre, sus ojos huecos y su piel cuarteada; he visto la resignación de la partida inminente y del desconsuelo afincado en el alma. Yo he visto las ganas de comer y la comida abundante y he visto las mandíbulas muertas; yo he visto el olor que se mira, que se toca, el que no tiene nombre porque su nombre ya no es de este mundo, y he visto el frío de dentro barnizando lo de fuera. Y veo el miedo y la ira y la pena, y a ratos la vergüenza que antes no se tuvo y que ahora tanto pesa.

Yo he visto al hombre como es, con todo, sin nada, aferrándose a la vida que ya no quiere aunque no lo sepa; y he visto en una sola mirada todo cuanto le sobra y todo cuanto no tuvo. Y la gratitud. Y la paciencia. Y la humildad impuesta por la naturaleza. Y la agitación y la torpeza.

Yo he visto tanto lo negro, la brea, las calvas baldías de las entrañas, que ya no vivo si no es por lo blanco, por hacerlo mío y por conservarlo, para que al llegar mi hora Ella no venga en vano.