martes, 28 de abril de 2020

SEMPITERNO


Yo tuve un hogar, uno grande y sempiterno. Un hogar de antebrazos fuertes y hombros frescos, de aliento cálido y cansado, siempre vivo, aun muerto. Tuve un hogar de regazo temprano e imperecedero. Yo tuve el hogar, los lares, el fuego,  cuando no reinaba la dicha y bailaban las cortinas proclamando inviernos. Un hogar plagado de sonoros silencios, callados festejos. Yo tuve un hogar blanco, níveo, sereno, lleno de curvas y vaivenes, calmado trasiego. Seguro, blindado, de amor ciego. Yo tuve un hogar. Yo guardo el hogar, yo soy el hogar donde llevo morando por siglos, desde antes y hasta luego. Yo tuve un hogar venidero, que vive porque no está, porque fue y porque ha de serlo, sin paredes que lo ahoguen y sin suelo. Tuve el hogar que libé agarrada a su seno. Yo tuve un hogar, lo tengo.

domingo, 26 de abril de 2020

ENCONTRARSE ERA ESO


Encontrarse, después de todo, no era difícil. Bastaba con parar tres segundos tras cualquiera de esas oleadas de chocazos en tan hermético habitáculo, pararse no solo a respirar con más ganas para seguir chocando, bastaba con parar del todo por un instante. Y observar. El ritmo de los latidos, la falta de aliento, el agotamiento, las ganas y, sobre todo, las intenciones que, premeditadas o no, ponen en marcha la máquina. Encontrarse no era difícil, menos aún en un mundo creado a demanda, cerrado y propio, y tan desconocido a veces por aquello de ir formándolo sin pautas ni planos ni modelos que admirar. Obstinación y soberbia, desde luego, y exclusividad, por supuesto. Encontrarse se antojaba idílico, no obstante, y justo por eso lejano aun estando tan cerca. Encontrarse era eso, parar, aceptar, comulgar y perdonar para luego ver qué hacer. Encontrarse no era un sueño ni un espejo, ni siquiera una voz en segundo plano anunciando la llegada, sino un comienzo infinito con lo que ya había, para seguir chocando quizá, para continuar nadando o para ahogarse tragando.