lunes, 30 de noviembre de 2020
ALMANAQUE
sábado, 7 de noviembre de 2020
NADA
A veces pienso en lo del diagrama de Venn y en las paranoias aquellas con las que te introducían al fantástico mundo de las matemáticas que, decantándome claramente por las letras, nunca tengo claro si he de escribir en mayúsculas o en minúsculas. El caso es que ya era fastidioso e insidiosamente machacante el hecho de tener que entender que podía existir en alguna parte del éter un “conjunto” que, a fin de cuentas, no era más que un amago de circunferencia trazado por la mano de una profesora abatida y con poco tino para el dibujo en una pizarra carcomida por los años, la humedad y los ojos de niños resabiados como para, además, tener que distinguir ahí un conjunto lleno y otro vacío. Pero, ¿lleno de qué? Dibujaban ahí dentro una especie de pelotitas, cruces o números a diestro y siniestro y tú, absorta y absorbente en tu pupitre rígido y chirriante tenías la dulce obligación de percibir algo. Luego ella, aquella profesora autómata, como un mago que ha representado trescientas veces el mismo espectáculo, dibujaba con más desidia que dotes artísticas otro amago de cuerpo redondo que se enlazaba con el que estaba lleno de “cosas”, aquellas cosas, las pelotitas, las cruces, los números, y lanzaba al aire vencido del aula una pregunta tan inquisidora como absurda: “Si el conjunto vacío enlaza con el lleno abarcando alguno, varios o todos los elementos que componen este, ¿sigue siendo un conjunto vacío?”. En ese momento algunas niñas se sacaban un moco, otras sollozaban para adentro, más de dos y de tres arrojaban un lápiz al suelo para entretenerse en recogerlo, algunas adoptaban la expresión corporal de una estatua de sal y otras, como yo, sin apenas levantar la mano largaban por la boca lo que sabían que tenían que largar. “No. El conjunto vacío pasará a ser un conjunto lleno y a su vez formará un subconjunto”. Cómo odiaba yo aquello, cómo odiaba esa cabeza asintiendo y la felicitación que le acompañaba. Cómo odiaba que aquella mujer no notara la mentira en mi boca. Yo seguía viendo garabatos de colores, cruces, pelotitas y gilipolleces rodeadas de una línea, pero, sobre todo, yo jamás vi un conjunto vacío de nada, más bien una circunferencia llena de verde, llenísima, del verde de la pizarra que dejaba de ser pizarra. No he visto vacío jamás en ninguna parte, ni en los míos que están llenos de cosas que me desasosiegan. La nada, qué gracia, ¿para qué nombrarla si no existe? ¿qué mente enferma puede poner nombre a algo que no es?
jueves, 29 de octubre de 2020
HOUDINI
Creo que la primera vez que escapé tenía únicamente cuatro años y un abrigo color beige hecho a mano que contaba con unas protuberancias en forma de garbanzos, el cual yo no sabía quitarme ni ponerme por mí misma. No tenía botones, ni cremallera, ni velcro, solo una capucha y un enorme bolsillo comunicante a la altura de mi barriga hinchada de cachorro. Claramente, se necesitaba un adulto que con una destreza apabullante de la que yo carecía lo colocara y descolocara pasándolo por la cabeza. Me agobié. Me agobié en la fila para entrar a clase. ¿Cómo me quito esto? ¿Cómo haré para sacármelo y ponerme el babi? ¿Qué mala jugada es esta? ¿Voy a tener que pedir ayuda? Me duele la barriga. Me duele. La barriga me duele, me duele mucho la barriga, me hace rabiar el dolor de barriga. Escapé. Escapé de la fila, del colegio, del engorroso momento de pedir que me sacaran del cuerpo el abrigo. Escapé aquella mañana y aún sigo corriendo, mirando a veces a los lados y encontrando cientos y miles de corredores conmigo. ¿De qué huyen ellos? ¿Por qué, aun a horcajadas, a ninguno nos da por parar a otro y, jadeante, instarle a detenerse un segundo, aunque sea para recobrar el aliento y, tal vez, pensar en la absurdidad que entraña esta carrera hacia ninguna parte?
jueves, 6 de agosto de 2020
LA MANO ABIERTA
jueves, 9 de julio de 2020
LA CLAVE
La forma en que peinabas mi cabello, endeble y fino como yo a veces, la cadencia en cada barrido, delicada y fuerte en su propósito, era la clave. Tu respiración pausada, insonora y aun así tan presente, clavada en mi frente agotada era la clave. Sentada, rendida ante a ti, derrotada por mis ansias de correr en todas las direcciones, reconfortaba mis ciegas ganas de saberme mortal y vulnerable, peinada y atendida como solo un adicto se dejaría cuidar. Tu paciencia infinita en cada enredo, en cada mechón y en cada sueño que con mis torpezas empañé primero era la clave. Mis brazos lánguidos, perjudicados por el exceso y la prisa, incapaces de cepillar mi vida y menos mi pelo, abatidos uno a cada lado de mi pecho abierto eran la clave. Tu miedo a romper una hebra, una sola, tu suave destreza y tu paso al frente decidido y quedo mientras yo cerraba los ojos entregada a que las quebrases todas eran la clave. Tu forma de peinar mi cabello abandonado y lábil cuando yo no puedo.