viernes, 1 de mayo de 2020

RAÍCES





Escuché un portazo. No recuerdo qué estaba haciendo, probablemente me encontraba escupiendo pelusas y desatascándome los ojos mientras peleaba con alguna madeja, alguna de esas habituales, habitualmente reliadas y estorbando, para no variar. De nuevo, para no perder un tiempo que claramente me sobra, la solté a un lado para ir a ver. Lo que se ve tras el sonido de un portazo al otro lado, por mucho que mires, es básicamente lo mismo que veías antes del estruendo: nada. Así es que me tocó averiguar luego. ¿Qué estaba? ¿Qué no está? ¿Qué falta? ¿El viento? ¿Había viento? Habría, seguramente. Siempre lo hay ahí fuera, siempre sopla para otros que vuelven con el pelo enmarañado y ganas de casa. Qué desasosiego añadido, qué desazón, ¿qué se ha ido y no vuelve y me revuelve las tripas con su ausencia? ¿He de echarlo de menos si acaso no lo vi partir? ¿Cuándo? ¿Cuándo las cosas que no regresan se van para siempre? Así que me costó averiguar luego. Luego, tras la pila de madejas, esas que no termino de desenmarañar para tener donde apoyar, agotada, la cabeza.