viernes, 19 de diciembre de 2025

Semejantes y prójimo

Eran siete u ocho personas, o individuos, quizá nueve. Se zarandeaban, se empujaban y se increpaban sin posible fin. El chaval de veinte años empujaba y gritaba a la mujer de cincuenta, la de sesenta y algo intentaba cogerle el pelo a la de treinta y el señor de sesenta movía los brazos intentando abarcar el mundo que ya se le había escapado. Todos ellos, formando una algarabía que trascendía dos calles más allá, supuestamente, peleaban campalmente por un taxi. No había ninguno en la parada, o eso me pareció cuando durante mi paseo me sorprendieron los gritos bélicos y agónicos y que, como ser curioso que soy me hicieron parar la marcha. Allí seguían soltando injurias e intentando alcanzarse las melenas, unas más frondosas que otras, cosas de la genética y de la edad. Entre tanta algarabía llamó mi atención un llanto desesperado y sincero. Ahí estaba. Un nene bípedo aún sin saber que lo era chillaba y lloraba espantado lágrimas gordas como garbanzos mientras sus padres, dignos de pillar un taxi a la de ya, agitaban sus progenitores brazos sobre la cabeza de aquella otra señora. Estuve tres minutos contemplando aquello con mi teléfono en la mano, sin grabar ni nada, bastante tenía ya con lo que recogían mis ojos. La ridícula pelea se fue disipando mientras yo iba metiendo mi teléfono en mi bolso. La criatura lloró aberrantemente demasiados minutos después, yo ya estaba haciendo lo que fui a hacer, pero su griterío no cesaba. Aún retumba su incomodidad en mi cabeza.