sábado, 7 de noviembre de 2020

NADA

 

 


 

A veces pienso en lo del diagrama de Venn y en las paranoias aquellas con las que te introducían al fantástico mundo de las matemáticas que, decantándome claramente por las letras, nunca tengo claro si he de escribir en mayúsculas o en minúsculas. El caso es que ya era fastidioso e insidiosamente machacante el hecho de tener que entender que podía existir en alguna parte del éter un “conjunto” que, a fin de cuentas, no era más que un amago de circunferencia trazado por la mano de una profesora abatida y con poco tino para el dibujo en una pizarra carcomida por los años, la humedad y los ojos de niños resabiados como para, además, tener que distinguir ahí un conjunto lleno y otro vacío. Pero, ¿lleno de qué? Dibujaban ahí dentro una especie de pelotitas, cruces o números a diestro y siniestro y tú, absorta y absorbente en tu pupitre rígido y chirriante tenías la dulce obligación de percibir algo. Luego ella, aquella profesora autómata, como un mago que ha representado trescientas veces el mismo espectáculo, dibujaba con más desidia que dotes artísticas otro amago de cuerpo redondo que se enlazaba con el que estaba lleno de “cosas”, aquellas cosas, las pelotitas, las cruces, los números, y lanzaba al aire vencido del aula una pregunta tan inquisidora como absurda: “Si el conjunto vacío enlaza con el lleno abarcando alguno, varios o todos los elementos que componen este, ¿sigue siendo un conjunto vacío?”. En ese momento algunas niñas se sacaban un moco, otras sollozaban para adentro, más de dos y de tres arrojaban un lápiz al suelo para entretenerse en recogerlo, algunas adoptaban la expresión corporal de una estatua de sal y otras, como yo, sin apenas levantar la mano largaban por la boca lo que sabían que tenían que largar. “No. El conjunto vacío pasará a ser un conjunto lleno y a su vez formará un subconjunto”. Cómo odiaba yo aquello, cómo odiaba esa cabeza asintiendo y la felicitación que le acompañaba. Cómo odiaba que aquella mujer no notara la mentira en mi boca. Yo seguía viendo garabatos de colores, cruces, pelotitas y gilipolleces rodeadas de una línea, pero, sobre todo, yo jamás vi un conjunto vacío de nada, más bien una circunferencia llena de verde, llenísima, del verde de la pizarra que dejaba de ser pizarra. No he visto vacío jamás en ninguna parte, ni en los míos que están llenos de cosas que me desasosiegan. La nada, qué gracia, ¿para qué nombrarla si no existe? ¿qué mente enferma puede poner nombre a algo que no es?

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