lunes, 23 de noviembre de 2015

SALVAJE

Cuanto más sofisticado me resulta el mundo, más valoro la vida salvaje. Y no es salvajada cruzar una avenida plagada de tráfico sin mirar a lado y lado, ni gritar bajo una ducha de agua fría. No creo que estar asalvajado sea andar descalzo sobre el asfalto lleno de cristales, grasilla y escatologías diversas; no puede ser salvaje gastar una noche de vigilia castigando al prójimo con vociferaciones y platillos y, de paso, el hígado propio. No aceptaría como comportamiento salvaje un decibelio de más fuera de lugar - aunque se tengan mil motivos para parirlos por la boca -, ni un mal gesto facial o corporal fuera de protocolo alguno.

Yo soy salvaje cuando en la sofisticación de un dos que es un uno soy como soy, cuando respiro fuerte si así me sale o no lo hago si el envite lo merece; cuando me subordino porque lo deseo y cuando me alzo porque ocupo mi sitio en el suyo, soy salvaje cuando mis manos laceran porque caminan solas sin raciocinio pisándole sus poros y lo soy cuando se ven sujetas porque perdieron su surco frenético al chocar con las suyas que las atan; cuando clavo mis ojos mostrando que muero y cuando me dejo atravesar por un par idéntico que me perdona la vida. Y es paradoja pura. No hay acto más sofisticado que el mayor de los actos salvajes.

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