jueves, 4 de julio de 2019

HILO ELÁSTICO




No he contado las veces que volví al mismo sitio. Probablemente, porque no es algo certero, si supiera a qué idéntico lugar regreso cada vez, me habría sido más fácil contabilizar esos regresos, o puede que no, puede que en ese caso únicamente me reconfortara regresar sin más, como ahora, como ahora que no conozco ese origen que tampoco sé si lo es. Pero vuelvo a estar ahí, una y otra vez, decenas ya, puede que centenares de veces, y es curioso cómo, según el viento que sople, porque tampoco entiendo qué mecanismo me lleva a contemplarlo y sentirlo de tan distinta forma cada vez, en ocasiones lo siento casa y en ocasiones trinchera; incluso boquete lo siento. Salgo de ahí, vuelvo a salir porque también volví a entrar, una y mil veces ya, somos mayores y hubo tiempo. ¿Qué pasa durante esas excursiones que se suponían partidas sin retorno? ¿Qué desencadena el retroceso? ¿A dónde se supone que iba? Hay acaso un hilo elástico, como el de esas pelotas de la infancia, que, ciertamente y estirándolo bien, así como se estiran los deseos más hondos, propulsa la bola con energía más que destructiva y poderosa, pero... Ni se destruye ni se emancipa de la base. La base. La casa, la trinchera, el boquete, el origen. Ha habido ocasiones, a puñados, elástico distendido y longitud suficiente, pero jamás tijeras; ha habido tijeras, brillantes y afiladas, pero jamás tajo; ha habido nudos, retorcidos y apretados, que ninguna mano con uñas ha podido desatar, pero jamás rotura. Cualquier día se rompe, eso también es verdad, y a ver dónde queda la pelota. No tener esa información, qué gran alivio.

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